Y finalmente llegó el día en que volvía a sentirme ciclista, el día en que comenzaba de verdad una nueva etapa del viaje. Las sensaciones son raras. Por una parte mi caballo de hierro es diferente y deberemos conocernos poco a poco. Y por otro lado no acabo de acostumbrarme a mirar por el retrovisor y no ver la silueta del Abuelo.Han sido muchos meses juntos y ahora debo arreglármelas sin el.
Ya he comentado muchas veces que Tailandia es un país fácil. Las carreteras son buenas, hay comida y bebida fría por doquier y la gente te mima. Noto gran diferencia entre ir solo e ir con Iñigo. El viejo instinto de protección al prójimo se agudiza si vas solo y la gente se preocupa más por tí.
Y aunque nos soy supersticioso espero que no sea un mal augurio presenciar un accidente a los pocos kilómetros de iniciar la marcha...A los pocos minutos mueve un brazo y la gente se dispersa.
Y lo compruebo viendo a pescadores de mar adentro...
... la cosa es que hay tramos de costa ocupados por empresas criadoras de marisco que impregnan el ambiente de un olor insoportable, que hace que sus playas estén dejadas y sucias. Son playas dedicadas al trabajo, no al ocio.
Esto hace que no sean atractivas para dormir así que busco refugio en los templos. Los monjes son gente sencilla, dedicados a una vida austera. Se levantan a las cuatro para cantar su mantras. A las seis se dan una vuelta por los alrededores a mendigar la comida que comerán. Después tendrán su tiempo, sus mantras y se acostarán sin cenar. Pero nadie puede evitar que los más jóvenes fumen, no se separen de sus móviles, jueguen a la play-station o tengan sus posters de bellas jóvenes en las paredes de sus celdas...
Y aquellos que vivan una vida terrenal deberán cuidar lo que les da de comer,
antes de que vengan los de naranja y les quemen la barraca...
Nunca olvidaré mi estancia en Songkhla, una ciudad próspera que vive del petróleo y que es sinónimo de hospitalidad, de invitaciones a comer y a cenar, de mercado nocturno y de los masivos botellones de los jóvenes en la playa. Y porque parece que me acerco al fin del mundo, a las provincias rebeldes del sur, a las provincias a las que ni por todo el oro del mundo deberé acercarme, si es que quiero seguir viviendo...
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