julio 08, 2010

BYE BYE THAILAND


No me quiero repetir mucho diciendo cuánto me ha dado este país. Quizás no sea el país de las grandes emociones porque es todo tan fácil que es todo muy previsible, pero de vez en cuando se agradece despreocuparse de todo, comer como los ángeles, disfrutar de la simpatía y sonrisas de su gente, de sus playas, vivir con poco dinero, en definitiva vivir bien. Y después de casi 3 meses de ensueño en el país siento una profunda pena al abandonarlo y ni siquiera el saber que volveré en un futuro no muy lejano me sirve de consuelo. Porque voy a echarlo mucho de menos, mucho, mucho, mucho.

Las provincias rebeldes del sur

Las provincias del sur (Songkhla, Pattani, Naratiwat, Yala y Satun) no pertenecieron a Tailandia hasta 1902 que fueron anexionadas por el reino tai por temor a que fueran cedidas a Inglaterra, que controlaba Malasia. Desde 1387 estas provincias han sido predominantemente islámicas poseyendo incluso una lengua diferente llamada Yawi, dialecto del malayo.

Lo cierto es que en las siguientes décadas el gobierno tai atacó la identidad cultural de estas provincias lo que provocó un fuerte sentimiento separatista que desembocó en 1957 en una lucha armada. En los 90 el gobierno central ofreció cierta autonomía y libertad cultural y amnisitió a los miembros del PULO (Pattani United Liberation organitation) encarcelados. Esto trajo cierta calma aunque entre 2001 y 2004 murieron más de 440 personas en el conflicto, la mayoría en manos del ejército en acciones indiscriminadas y desproporcionadas que el propio presidente del país reconoció. La situación actual es de calma “tensa”.

En este contexto me decido a cruzar estas provincias con el absoluto convencimiento de que un ciclista no será objeto de ataque de ninguna de las partes.

La gente señalaba a Pattani y Yala como provincias peligrosas y en cuanto veo el primer cartel paso el primero de los muchos checkpoints policiales que veré por el camino. Sin embargo, pese a la gran presencia militar, el ambiente es distendido. También es una zona próspera económicamente hablando.


El paisanaje cambia por completo. Vuelvo a ver grafía árabe...


... mezquitas llenas...

... y es que lo cierto es que entro de nuevo en territorio islámico


Pero la gente va a lo suyo. La gente, con gorrito o sin el, sigue mirando al mar...

... o sembrando arroz

Porque en definitiva aunque unos me vigilen sin malicia,

otros me digan sin abrir la boca que su vida no ha sido fácil,

o sientan compasión por mí y accedan a posar para tí que estás leyendo esto,

el caso es que todos somos iguales.



Por la noche tengo alguna situación surrealista o de película, veo al ejército patrullar a pie por la carretera y debo cuidarme de “terroristas” invisibles que vendrán a cortarme el cuello.

Pero cuando cierro los ojos olvido. Y a cada canto del moecín me remonto a Oriente Medio, a sus bazares y sus batidos, a sus “chais” y a sus olores y se me pone la piel de gallina. Porque recordar los buenos momentos no tiene precio y a la mitad de la noche, entre sueños y exóticos recuerdos se me aparece la fantasmagórica y borrosa imágen de alguien muy especial que me quiere sonar pero que al despertar no termino de reconocer...

Y poco a poco, sin sobresaltos ni nada de nada, arribo a la inesperada frontera de Tak Bai, donde sin muchas complicaciones cruzaré la frontera una calurosa mañana tras compartir una larga noche con decenas de chinches en el gran templo real de Chonthara Sing-He.


Pero esa es otra historia.


Empieza el show

Y finalmente llegó el día en que volvía a sentirme ciclista, el día en que comenzaba de verdad una nueva etapa del viaje. Las sensaciones son raras. Por una parte mi caballo de hierro es diferente y deberemos conocernos poco a poco. Y por otro lado no acabo de acostumbrarme a mirar por el retrovisor y no ver la silueta del Abuelo.Han sido muchos meses juntos y ahora debo arreglármelas sin el.

Ya he comentado muchas veces que Tailandia es un país fácil. Las carreteras son buenas, hay comida y bebida fría por doquier y la gente te mima. Noto gran diferencia entre ir solo e ir con Iñigo. El viejo instinto de protección al prójimo se agudiza si vas solo y la gente se preocupa más por tí.

Y aunque nos soy supersticioso espero que no sea un mal augurio presenciar un accidente a los pocos kilómetros de iniciar la marcha...A los pocos minutos mueve un brazo y la gente se dispersa.


La vida discurre tranquila en la costa este del país. Y como no podía ser de otra manera la economía gira en torno al agua.

Y lo compruebo viendo a pescadores de mar adentro...

... de cercanías...

... de playa....

... o de río...


... la cosa es que hay tramos de costa ocupados por empresas criadoras de marisco que impregnan el ambiente de un olor insoportable, que hace que sus playas estén dejadas y sucias. Son playas dedicadas al trabajo, no al ocio.


Esto hace que no sean atractivas para dormir así que busco refugio en los templos. Los monjes son gente sencilla, dedicados a una vida austera. Se levantan a las cuatro para cantar su mantras. A las seis se dan una vuelta por los alrededores a mendigar la comida que comerán. Después tendrán su tiempo, sus mantras y se acostarán sin cenar. Pero nadie puede evitar que los más jóvenes fumen, no se separen de sus móviles, jueguen a la play-station o tengan sus posters de bellas jóvenes en las paredes de sus celdas...


Y aquellos que vivan una vida terrenal deberán cuidar lo que les da de comer,


antes de que vengan los de naranja y les quemen la barraca...


Nunca olvidaré mi estancia en Songkhla, una ciudad próspera que vive del petróleo y que es sinónimo de hospitalidad, de invitaciones a comer y a cenar, de mercado nocturno y de los masivos botellones de los jóvenes en la playa. Y porque parece que me acerco al fin del mundo, a las provincias rebeldes del sur, a las provincias a las que ni por todo el oro del mundo deberé acercarme, si es que quiero seguir viviendo...